domingo, 9 de junio de 2013

THE INTRACOASTAL WATERWAY. INTRODUCTION

           
      THE INTRACOASTAL WATERWAY.  INTRODUCTION 

  The decision to navigate the "Intracoastal Waterway" (ICW) gradually matured in the years leading up to our retreat. During  those years we were learning to sail our small motorboat (22 feet) through the waters of Chesapeake Bay, particularly on the Patuxtent River, and taking navigation courses at the Annapolis Sailing and Power Squadron.

            Those were years of great spiritual and material enjoyment. We begin to appreciate, with ever greater intensity, the charm of the Chesapeake Bay, navigating its waters, arriving in our boat to its cities, towns and villages, experiencing its seasons and climates, meeting its people, reading about its History and economy, fascinate us with its flora and fauna, enjoy their traditional meals. And of course we also get to know their serious ecological problems.

Grand Bank 36, 1979 Trawler "MANATEE"

            In April of 1997 we bought a boat of 36 feet something old because it was of 1979, but with all its systems operating well. It was called MANATEE, and at the behest of my wife we ​​kept the name. It had two cabins, one aft and one aft, with cabins and bathrooms. Between these two cabins there was a central with a kitchen with liquefied gas oven, refrigerator, dishwasher, dining table with benches around it and a station with instrumentation and steering wheel to navigate from inside in case of bad weather.

            On this central cabin was a bridge with all the means to navigate the boat from that position, to which it had been added, as protection against time, a canvas tent with transparent plastic windows. In the stern we put a small rubber boat (zodiac) with an outboard motor to travel to land when we anchor outside.    

            Nosotros acomodamos la cabina central a nuestro gusto agregando una cafetera electrica, un horno microonda, un telefono celular, una radio de onda corta y un radio-cassette. Expresamente no incluimos una TV a fin de liberarnos de su influencia durante nuestra travesía. Fue una excelente idea. Durante los meses de abril y mayo le hice revisar todos sus sistemas y los mejoré cuando era necesario. Afortunadamente el mecánico me enseño a manejar esta embarcación que representaba para mí un salto importante en tamaño y calidad.

            En Julio de 1997, ya más acostumbrados a nuestro barco, decidimos unirnos al crucero anual de dos semanas del Annapolis Sailing and Power Squadron, por la bahía de Chesapeake. Fue un viaje inolvidable. Aparte de la excelente camaraderia, entretenimiento, y práctica de pilotaje y marineria fue el punto crucial para tomar nuestra decisión de viajar hasta Florida.

            Días después de finalizado este viaje le pregunté a mi esposa en una forma casual, casi indirecta, como de perfil, si a ella le gustaría hacer un crucero en nuestro barco hasta Sarasota, una ciudad en la costa de Oeste de Florida, al sur de Tampa, a la cual nos habíamos ligado tiempo atrás cuando compramos una casita de playa para escapar de los inviernos de Maryland. Su respuesta inmediata y sorpresiva fue que “le encantaría hacerlo y si fuera ese año mejor todavía”. Una vez despejada esta incógnita, propuse como fecha de partida el mes de Octubre, la cual fue aceptada de inmediato.

            Quizás el objetivo más importante de este crucero fue el deseo de hacer algo especial, algo diferente en nuestra vida, una aventura que pudieramos recordar con agrado cuando viejos. Tambien el deseo de desconectarnos del mundo rutinario y de nuestro pasado burocrático. Hacer un corte importante para comenzar una nueva vida.

             Fue un crucero en el cual tuvimos momentos de silencio y meditación, de música y conversaciones. De observación detenida de la naturaleza a nuestro alrededor. De recordar amistades y parientes. De revisar y actualizar nuestros planes futuros. En cierto sentido este crucero fue una especie de retiro espiritual pero al mismo tiempo un reto y una aventura.

            Finalmente debo agregar que fue un viaje que nos dio una gran oportunidad de conocernos mejor, de convivir cada hora del dia en el pequeño espacio de nuestro barco y de esta manera de profundizar nuestra relación. Y también de tener más confianza en nosotros mismos, de estar conscientes de que podíamos planear, ejecutar y gozar una experiencia de este tipo. Un factor importante que definimos desde un comienzo fue hacer el viaje sin restricciones de tiempo.

            No teníamos fecha de llegada. Psicológicamente era abandonar años de vida profesional regida por horarios, fechas, calendarios, compromisos. En total viajamos 56 dias. Normalmente este viaje se hace en dos o tres semana a los más. Los capitanes que se contratan para llevar embarcaciones deportivas para la gente de grandes recursos se demoran 8 a 10 días. Esa gente viaja por avión y esperan su barco en sus marinas en alguna parte de Florida.

            En lo personal este crucero significaba para mi tener la oportunidad de hacer un largo viaje por agua, de gozar del encanto de navegar, de sentir el barco en la planta de mis pies deslizarse por las aguas de la ICW, sentir las sinuosidades del agua, el balanceo del barco cuando atravesaba  las estelas de los otros, de pasar las boyas, faros y otras marcas que podia verificar en la carta náutica, de saludar a los otros capitanes que venían en sentido contrario, de atracar el barco en los muelles de las marinas, de sentir que todos los dias estabamos mas lejos de nuestro punto de partida.

            Nos tocó navegar largos ratos adentro de nuestra cabina, lo cual agregaba un sentido especial, pues podia ir escuchando mis casetes de música,  acompañado de un buen café, de nuestra gata Roberta Julia, quien profundamente se dormía sobre la carta náutica y de la agradable compañía de mi esposa, quien, cuando no tomaba el timón, escribía o leía en la mesa de la cabina un par de pasos detrás de mí.

            El barco se encontraba en excelentes condiciones de manera que no necesitaba más cuidado que volver a revisar sus sistemas, abastecerlo para el viaje y comenzar a obtener información sobre la famosa Intracoastal Waterway.  La obtención de información no fue difícil pues se han escrito numerosos libros y existen cartas náuticas que explican en detalle y en forma sencilla como navegar esta ruta.

Un aspecto importante de este viaje fue contactar a un capitán que había dejado una tarjeta de presentación, en una marina de Baltimore, ofreciendo instrucción para navegar la ICW.   Entre sus especialidades figuraba llevar y traer barcos por la ICW, mientras sus dueños viajaban con rapidez por avión o automóvil. 

            Con el revisamos en detalle todas las carta náuticas, desde Annapolis (nuestro punto de partida) hasta Sarasota. Nos dio muchos datos prácticos, mencionó lugares de peligro, recomendó fondeaderos y marinas para pasar la noche, puntos de abastecimientos y sobretodo insistió majaderamente en la regla de oro para la navegación en la ICW: “siempre deben seguir exactamente la línea morada que va indicando la mejor ruta dentro del canal”.

            En paralelo fuimos revisando los comentarios de libros especializados en esta ruta, marcando las cartas con notas de interés para nuestra navegación, destacando los aéreas difíciles, marcando con un plumón amarillo las boyas,  faros, puentes, torres de agua, antenas etc. a fin de hacer mas fácil su lectura  al navegar.

            Además tuvimos que decidir los lugares donde llegaríamos cada día, pues nuestro barco era lento, 8 nudos promedio, decisión que combinamos con lugares interesantes, con historia, naturaleza, atracciones culturales, buenos lugares para anclar o marinas donde pasar la noche, venta de combustible, facilidades para lavar la ropa, existencia de súper o mini mercados, disponibilidad de taxis y otros servicios que se fueran necesitando en el camino.

            Al final todo este trabajo fue útil, pues nos facilitó movernos con seguridad durante todo el viaje. Pero debo aclarar algo: a lo largo de la ICW hay una gran cantidad de marinas, servicios mecánicos, moteles, restaurantes, ventas de combustibles y servicios de comunicación. Además durante nuestro viaje nos íbamos topando con otros barcos haciendo el mismo viaje, cuyos capitanes y tripulaciones tenían una gran experiencia, los cuales nos daban información práctica con gran amabilidad y deseos de ayudar.  Con algunos de ellos nos encontramos varias veces a lo largo de la ruta y  cada encuentro fue motivo de alegría e intercambio de experiencias.

            Nuestro capitán instructor nos advirtió, además, de la existencia de las temidas barcazas empujadas o tiradas por remolcadores. La verdad es que tuvimos solo un encuentro difícil: en un día semi nublado en un canal estrecho divisamos a uno de estos monstruos avanzado lenta e inexorablemente en nuestra dirección.  Pero increíblemente se hizo a un lado del canal, disminuyendo su velocidad y nosotros hicimos lo mismo hacia el otro lado. Pasamos sin problemas saludándonos de mano y por radio. A lo mejor los capitanes de remolcadores y barcazas no son tan malos como se dice o quizás tuvimos la suerte de encontrarnos con un gran caballero.

            Otro aspecto interesante que revisamos con este capitán fue el relacionado con puentes. A lo largo de la ICW hay 150 puentes (aproximadamente). Todo tipo de puentes: nuevos y viejos; fijos, giratorios, de ascensor, de báscula. Los puentes fijos más nuevos son de 65 pies de altura. Todos están indicados en las cartas náuticas con suficiente detalle. Además su altura, desde el agua hasta la parte central del puente mismo, está indicada en un lado, a la entrada del puente.

            Nos señaló que el peligro más notorio en las cercanías y en el puente mismo son las corrientes, especialmente en las aéreas de grandes mareas. Sobre este aspecto volveremos a hablar cuando estemos a la altura de Carolina del Sur y Georgia. También nos advirtió de ser corteses con los encargados de los puentes, de llamarlos por radio con anticipación, disminuir velocidad, seguir sus instrucciones y agradecerles una vez que lo habíamos pasado.

            Nosotros nunca viajamos de noche. Nuestro día terminaba entre las dos  y las cuatro de la tarde. Eso nos daba tiempo para fondearnos o entrar al muelle de alguna marina, para descansar, visitar los lugares de interés, abastecernos, lavar ropa, usar las facilidades de baños, conversar con otros capitanes y tripulaciones, o simplemente sentarnos a ver pasar barcos, observar la naturaleza, escuchar música, leer. Y, sobretodo, revisar los sistemas del barco y revisar la ruta a seguir el día siguiente.  Nunca nos faltó algo que hacer.
            Pero como en todas las cosas que hacemos en nuestra vida hubo también algunas dificultades las cuales con mucha suerte pudimos superar. Quizás el factor más importante para hacerlo fue prevención y preparación.  Los problemas más comunes en la ICW son quedarse encallado en algunos de los canales, o tomar un canal equivocado, o tener dificultades para encontrar una marina y para entrar y acomodarse en ella. Afortunadamente solo nos encallamos una sola vez cuando tomamos un canal equivocado. Sospechosamente una lancha comercial de remolque que estaba al aguaite por ahí cerca se hizo presente de inmediato para sacarnos del barro donde habíamos encallado.  Parece que no éramos los primeros que habían sufrido esta inconveniencia.   
            Otro problema mencionado tanto en libros como por nuestro instructor eran los locos de la ICW. Estos son una clase de capitanes que no respetan ninguna regla, viajan a altas velocidades creando olas que sacuden y dañan barcos y muelles y erosionan las orillas del canal. Estas olas pueden fácilmente desplazar una embarcación fuera del canal y encallarla.

            Afortunadamente el fondo del canal y sus orillas son en su gran mayoría de barro, arena o arcilla, excepto en algunos pocos sectores en donde la carta náutica señala rocas, pilares u otros objetos sumergidos. Estos locos no son muchos pero hay que estar atento pues son una molestia  que hay que manejarla bien.

            Our conclusion is that our cruise on this route was easier and more enjoyable than we thought. Our trip began in Annapolis on October 29, 1997 and ended on December 23 in Sarasota.

            Even more so, we believe that anyone can do it even in smaller sail or motor boats. Ideally, this should be no less than 24-26 feet. In this case it is recommended to stay in a marina every night. But the youngest and most sacrificial can perfectly anchor outside and save some money: on the day of arrival they can approach the marina to restock, talk with other crews, pay for the use of washing machines, showers, toilets and then move to their place of Anchorage to spend the night.


José Antonio Garnham

Sarasota, June 2013

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